11 agosto 2007

Alondra

Alondra sale de casa, dobla la esquina y baja por la escaleras. Ventajas de vivir cerca de una estación del metro. En dos segundos ya tiene el periódico del día en la mano. Esquiva un par de atocinadas mujeres. Un escolar casi choca con ella de frente. Escuincle baboso. Dobla a la derecha, desciende de nuevo, ahora en contra de la corriente humana que no va, sino viene. Golpe avisa. Por cada empellón que recibe ella propina tres. Ahora espera. Se impacienta. Llegará tarde. Se recuerda que el estrés le hace daño y decide tomarlo con filosofía. Adopta cara de indiferencia, el espejo de todos los demás. Más y más gente llega a esperar el transporte. El aire se condensa. Pesa. El tren de enfrente se marcha y una ligera corriente de aire le refresca. Y entonces lo ve. Un instante basta para que las miradas se crucen, se interroguen, se reconozcan, se pertenezcan. Comunión de almas. Fin de la búsqueda. El sutil puente es destrozado por la brusca llegada del público y el ciempiés humano que sube y baja de los vagones. Punzante ansiedad. Esperar o correr al encuentro. Tomar o dejar pasar. Agonía. Al quedar la estación libre, un par de ojos desesperados la buscan, en vano. Alondra también subió. No tuvo remedio. Llegaría tarde a trabajar. En esta ciudad no hay tiempo para el amor.

2 opinan:

Anónimo dijo...

Claro que no hay tiempo para el amor... ahora comprendo todo :D

Anónimo dijo...

Tss que pasó mi estimada Estelita, claro que por supuesto que hay tiempo para todo, incluso en nuestro actual contexto; tan agitado, rápido, violento, tan egoísta.
En realidad no sabemos cual fué el destino de Alondra, solo conocimos un breve instante de su vida, Navidad siempre llega en diciembre no antes ;)