Ok, ok, nunca he sido aficionada al fut, simplemente no encontraba el chiste de traer una pelotita de aquí para allá (bueno lo mismo ocurre con el basquet y el americano y el voleibol y el tenis y el béisbol y... bueno creo que ya entendieron el punto), y mucho menos la pasión y vehemencia del aficionado. Alguna vez un amigo dijo que era un fenómeno parecido al chupacabras, me explico, que estamos tan agobiados con el ir y venir diario que es casi liberador olvidarte de todo por casi dos horas y esperar y obtener y festejar y llorar y sacar todo eso que tal vez tengamos guardado, bien en mentadas de madre al arbitro o al equipo contrario (¡Que los vengan a ver, que los vengan a ver, ese no es un equipo son unas putas de cabaret!) o en un jubiloso ¡GOOOOL! o en la porra del equipo favorito (GOOYA! GOOYA! Vs. YO SI LE VOY LE VOY AL..) Pues bien hoy fui a mi primer partido de fut en estadio, y estando en el lugar de los hechos pude ver sus efectos terapéuticos: esperanza, decepción, alegría, coraje, expectativa; familias heterogéneas en gustos, niños impuestos con el gusto de los padres pero también hijos que se rebelan a sus preferencias; convirtiendo la fiesta del fútbol en todo un ritual, ¿liberador?, puedo decir que sí. Así que los domingos además de ir a misa, hay que ir al fútbol.
Heredando los gustos de sus padres.
El hijo desobediente.
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